Con el objetivo de que los científicos reciban tanto conocimiento como los artistas y los deportistas, el físico e informático ruso Yuri Milner (inversor-emprendedor en ciencia y tecnología y filántropo) fundó el Fundamental Physics Prize, que destinaba a 9 científicos 3 millones de dólares cada uno y se convirtió luego en los premios Breakthrough, convertidos en Oscar de la Ciencia por Mark Zuckerberg, Sergey Brin y el citado Yuri Milner, quien en la foto superior aparece con Stephen Hawking durante la presentación de su ambicioso programa de exploración estelar Breakthrough Starshot. Los dos primeros son los respectivos fundadores de Facebook y Google (Brin junto al también informático estadounidense Larry Pages creó ese buscador), mientras Milner es uno de los primeros inversores en dicha red social, en Twitter en otras grandes bigtech como Spotify, Airbnb, Zynga, viajes turísticos al espacio y desde septiembre de 2021 en Altos Labs, empresa biotecnológica para revertir el envejecimiento mediante la reprogramación celular.
En un articulo titulado Convertir a los científicos en ‘superestrellas’ no es una buena idea, Javier Jimenez recordaba en 2017 que cinco años antes, Mark Zuckerberg, Sergey Brin y Yuri Milner crearon los premios Breakthrough. Convencidos de que el «conocimiento es el mayor activo de la humanidad», la idea era crear el mayor premio científico del planeta para convertir a los científicos en superestrellas que inspiraran a la próxima generación.
Sobre el papel, la idea es muy interesante. «Nunca ha habido un momento más importante para apoyar la ciencia», decía el propio Mark Zuckerberg durante la gala que se celebró este fin de semana. Y no le falta razón, la pregunta es si convertir a los científicos en superestrellas es una buena forma de apoyar a la ciencia. Y, en principio, no lo parece.
Este año el Breakthrough ha repartido unos de 25 millones de dólares y su gala se ha convertido en todo un acontecimiento social al que acuden estrellas de la talla de Morgan Freeman, Anna Kendrick o Cristina Aguilera. Aunque por su concepto hay quien habla de ellos como los «Óscars de la ciencia», no son los premios Nobel, pero tienen la ambición (y el presupuesto) para llegar a serlo.
En principio, todos estamos de acuerdo con que es necesario apostar por la ciencia y visibilizar el impacto que tiene (y ha tenido) en nuestra vida. Porque, como dicen en la descripción de los premios, «los grandes científicos nos enriquecen a todos». Y continúan: «Einstein reimaginó el espacio y el tiempo. Darwin concentró el caos de la vida en una sola idea. Turing descubrió lo que significaba pensar».
Todo es, más o menos, verdad. El problema es que la ciencia ya no funciona así (si es que alguna vez lo hizo). Centrarse en los genios, en un entorno tan colaborativo y complejo, no sólo es equivocar el tiro, sino establecer incentivos que podrían ser peligrosos.
Es curioso porque la ciencia no atraviesa su mejor momento y, a la vez, sí lo hace. Durante los últimos años, mientras ha ido ganando importancia social en el debate público se ha situado en el centro de conflictos de intereses cada vez mayores y eso está poniendo en riesgo todo el sistema científico contemporáneo.
La ciencia contemporánea vive enfrascada en una obsesión por publicar que no le hace ningún bien
Y, aunque parezca simplificar, todo es una cuestión de incentivos. Como dice Brian Nosek, un psicólogo de la Universidad de Virginia Charlottesvill, decía «el problema es que nos enfrentamos a un sistema de incentivos que se centra casi exclusivamente en conseguir publicar investigación, más que en hacerla correctamente». En esencia, el éxito de la carrera profesional de un científico depende de publicar. Es normal, la publicación es la forma más fiable de comunicar ciencia que tenemos y, como el árbol que cae en mitad del bosque, si algo no se comunica, no existe.
Por otro lado, las normas de publicación tienden a preferir resultados positivos y novedosos mientras tienden a ignorar los resultados negativos. Esto ocasiona dos cosas: se buscan resultados positivos sorprendentes induciendo ‘falsos positivos’ y, al preferir la novedad a la replicación, esos falsos positivos pueden perdurar durante décadas sin que nadie se dé cuenta del error.
La «mala ciencia» no es un fallo del sistema, sino un producto del mismo
Súmenle algo de lo que ya hemos hablado: el impacto de las empresas y grupos de interés sobre la actividad científica. Un impacto que hace que científicos con opiniones minoritarias, pero del agrado de organizaciones con capacidad financiera estén sobrerrepresentados en el debate público y científico.
Hemos llegado a un punto en el que podemos afirmar que las malas prácticas científicas no son problemas del sistema, sino un producto de él. La frase de «la ciencia está rota» no es una curiosidad periodística, es el reflejo de las preocupaciones de una comunidad científica que cada vez tiene menos barreras técnicas, pero más dificultades para realizar su trabajo. Y, en este contexto, llegaron los Breakthrough.
No es una estrategia aislada. Hace unos meses reflexionábamos sobre si los 3.000 millones de Zuckerberg para combatir enfermedades eran un regalo envenenado. Y la lógica de los Breakthrough es prácticamente idéntica: una irrupción sin precedentes del capital financiero y la exposición mediática que, intentando apoyar a la ciencia, somete a más incertidumbres un sistema científico que ya está muy tocado.
Volvemos a las preguntas de siempre: ¿Debemos cambiar la obsesión por la publicación de hoy en día por una nueva obsesión, esta vez por la fama, más acorde con nuestra imagen de una superestrella? ¿Qué impacto tendría este cambio en la comunidad científica? ¿Y en la conducta individual de los científicos?
¿Qué cambios sufrirá la ciencia si convertimos a los científicos en superestrellas? ¿Merecen la pena?
¿Se incentivará así el desarrollo de ideas rigurosas o se exacerbará la búsqueda de resultados llamativos y noticiables? Y más allá de los problemas, ¿tienen una utilidad real estos premios en una ciencia cada vez más colaborativa y diversa o son como los Premios Nobel?
Es cierto que este año los Breakthrough han premiado a LIGO, la colaboración científica internacional que confirmó la existencia de las ondas gravitacionales, pero lo hizo como «premio especial» porque, efectivamente, no son premios pensados para reconocer el trabajo científico real: son premios dedicados a llevar a la comunidad científica las prácticas y categorías de Silicon Valley. Y eso nos introduce en un mundo completamente nuevo.
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El proyecto de Hawking y Milner para llegar a Alfa Centauri
Una diminuta nave espacial de unos pocos gramos viajando al 20% de la velocidad de la luz con la ayuda de una ‘vela’ impulsada por un haz luminoso. Destino: el sistema estelar Alfa Centauri. Duración del viaje: 20 años. Este es el objetivo del proyecto Breakthrough Starshot en el que se han embarcado el científico Stephen Hawking y el millonario ruso Yuri Milner, con la ayuda del fundador de Facebook Mark Zuckerberg, según informó la agencia pública SINC el 13 de abril de 2016.
Este programa de ingeniería e investigación, presupuestado inicialmente en 100 millones de dólares, se llama Breakthrough Starshot y lo promueven el magnate ruso Yuri Milner y el físico británico Stephen Hawking, a los que se acaba de unir Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook. Lo dirigirá Pete Worden, ex director del centro Ames de la NASA, con la ayuda de un comité de expertos internacional.
“En la próxima generación, Breakthrough Starshot pretende desarrollar una nanonave –una sonda espacial robótica de unos gramos equipada con una ‘vela’– y utilizar un haz luminoso para empujarla al 20 % de la velocidad de la luz (a unos 215 millones de km/h)”, explica Hawking.
Para lograrlo habrá que solucionar multitud de retos tecnológicos, como los dispositivos de emisión de luz láser desde la Tierra, la miniaturización de los ordenadores, cámaras y sistemas de comunicación de las nanonaves, los mecanismos para evitar los impactos durante el viaje, y el diseño de una ‘vela’ de varios metros pero con solo unos pocos átomos de grosor.
“Si tenemos éxito, una misión de sobrevuelo podrían alcanzar Alfa centauri unos 20 años después de su lanzamiento, y enviar imágenes de cualquier planeta que se pudiera descubrir en este sistema (de tres estrellas)”, añade el científico, quien recuerda que con la tecnología actual se tardaría en alcanzar ese objetivo cerca de 30.000 años.
“Albert Einstein una vez se imaginó cabalgando en un rayo de luz, y su experimento mental lo llevó a la teoría de la relatividad especial”, dice Hawking, “Ahora, un poco más de un siglo más tarde, tenemos la oportunidad de conseguir una fracción importante de esa velocidad, y solo de esta manera podremos alcanzar las estrellas en la escala de tiempo de una vida humana. Es emocionante involucrarse en un proyecto tan ambicioso”, subraya el físico.
Starshot es uno de los proyectos del programa Breakthrough Initiatives promovido por Yuri Milner para responder a la pregunta sobre si estamos solos en el universo. La nueva iniciativa científica se basa en la colaboración internacional y el acceso abierto de los datos. Según sus promotores, el objetivo es representar a toda la humanidad como un solo mundo, viajando dentro de nuestra galaxia en una generación.